Fromm, Marx y Marcuse: El Amor

latín, amor, -) es un concepto universal relativo a la afinidad entre seres, definido de diversas formas según las diferentes ideologías y puntos de vista (científico, filosófico, religioso, artístico). Se llama falsamente amor al capricho de algunos días, a una relación ligera, a un sentimiento al que no acompaña el aprecio, a una costumbre fría, a una fantasía novelesca, a un gusto al que sigue un rápido disgusto; en una palabra, se da ese nombre a una multitud de quimeras. Su diversidad de usos y significados, combinada con la complejidad del sentimiento implicado en cada caso, hace que el amor sea especialmente difícil de definir de un modo consistente. Gottfried Leibnizōris

El amor como cuestión filosófica en Fromm-Marcuse-Freud

 

El amor (del

“Amar es encontrar en la felicidad de otro tu propia felicidad”.

 

 

 

Como concepto abstracto, el amor se considera normalmente un sentimiento profundo e inefable de preocupación cariñosa por otra persona, animal o cosa. Incluso esta limitada concepción del amor, no obstante, abarca una gran cantidad de sentimientos diferentes, desde el deseo pasional y de intimidad del amor romántico hasta la proximidad emocional asexual del amor familiar y el

 

amor platónico y hasta la profunda unidad de la devoción del amor religioso. Desde el punto de vista de la Biología, parece estar relacionado con la supervivencia del individuo y de la especie; según algunos, no es privativo de la especie humana, y también pueden presentarlo otros animales capaces de establecer nexos emocionales.Erich Fromm el amor es un arte y, como tal, una acción voluntaria que se emprende y se aprende, no una pasión que se impone contra la voluntad de quien lo vive. El amor es, así, decisión, elección y actitud. Según Fromm, la mayoría de la gente identifica el amor con una sensación placiente. Él considera, en cambio, que es un arte, y que, en consecuencia, requiere esfuerzo y conocimiento. Desde su punto de vista, la mayoría de la gente cae en el error de que no hay nada que aprender sobre el amor, motivados, entre otras cosas, por considerar que el principal objetivo es ser amado y no amar, de modo que llegan a valorar aspectos superficiales como el éxito, el poder o el atractivo que causan confusión durante la etapa inicial del pretendido enamoramiento pero que dejan de ser influyentes cuando las personas dejan de ser desconocidas y se pierde la magia del misterio inicial.

Hay algunos animales que ni siquiera conocen el goce; por ejemplo los peces donde la hembra deja sobre el légamo millones de huevos; el macho que los encuentra pasa sobre ellos y los fecunda con su simiente, sin conocer y sin buscar a la hembra que los puso.

La mayor parte de los animales que se emparejan no disfrutan mas que por un solo sentido, y cuando satisfacen su apetito termina su amor. Ningún animal, excepto el hombre, siente inflamarse su corazón al mismo tiempo que se excita la sensibilidad de todo el cuerpo; entregándose en cualquier época del año, mientras que los animales tienen su tiempo prefijado.

La estructura de la persona es dialogal, en el sentido de que la persona se afirma y se despliega en diálogo abierto con los demás. La persona es producto del encuentro (no del encontronazo, como en el individualismo, ni de la confrontación, como en el colectivismo). Los vínculos que la construyen no son las simples relaciones externas, materiales, puramente funcionales como las que se dan por ejemplo en los insectos gregarios: abejas, hormigas, etc. Se trata de auténticas relaciones de mutuo reconocimiento e intercambio a todos los niveles: intelectual, afectivo y práctico. En el hombre esa relacionalidad es esencial para el recrecimiento y la expansión de lo personal. Con ello se quiere significar algo más que la obvia constatación de que el hombre es un ser capaz de establecer relaciones de muy diverso tipo con su entorno; se intenta dar a entender que la maduración y la densidad de su ser-persona está en dependencia inmediata de la calidad e intensidad de esos vínculos. El hombre solo y solitario, el hombre aislado y anónimo, el hombre no solidario, que sólo genera y soporta relaciones casi exclusivamente biológicas, funcionales, son muñones de persona, personalidades atrofiadas. Lo que singulariza al mundo humano, por encima de todo, es que en él se da entre un miembro y otro algo que no encuentra parangón en ningún otro ámbito de la naturaleza.

Lo propiamente humano es la creación y el cuidado de esos espacios de humanidad, espacios de convergencia personal, en los que el hecho mismo de compartir algo en común genera el acercamiento entre los miembros y contribuye a crear relaciones de valoración positiva entre ellos.

Cuando el objeto es en realidad una persona y no una cosa, el contenido de verdad de los juicios establecidos a través de una relación objetivista será menos significativo que los contenidos establecidos con base en una relación

Para

. Los griegos analizaron con su característica perspicacia el amor humano distinguiendo entre eros (agapé y fillein ) “El amor humano puede desplegarse como eros (deseo) o como agapé (donación efusiva). El eros es un desencadenamiento sin límites hacia algo que se necesita y cuyo otorgamiento presupone, por tanto, unilatelateralidad. La donación efusiva, por el contrario, presupone cierta plenitud que se expande, haciendo desaparecer  la desigualdad con "lo otro". Eros surge “ex indigentia", de la pobreza; la agapé, “ex plenitudine” de la sobreabundancia. Pero hay más, se da otro nivel del amor que es el propio de fillein, querer el bien del otro en una superación del yo aún mayor, que de un modo paradójico, le enriquece. El amor como admiración (eros) corresponde a la atracción que produce la belleza. Ciertamente la sensibilidad estética, física, cultural y moral cuenta mucho para poder apreciar lo bello. Cabe incluso que se diga que gusta o atrae lo apariencial o lo feo o, menos bello, pero siempre es por defecto del que es atraído. Siempre será el primer paso del amor la atracción por la belleza desde las formas más exteriores hasta las más elevadas y espirituales. El segundo paso es la donación, quizá precedida por una donación al otro (ágape), ciertamente si hay correspondencia es más fácil, pero cabe amar gratuitamente y con desinterés, o, incluso, con una cierta repugnancia. En tercer lugar viene la unión, la koinonía, la participación en la pericorésis trinitaria, el que el yo se une con el tú, sin dejar de ser un yo personal, es más, siendo más rico, porque el amado, otro yo, le llena su intimidad. A la apertura del ágape (salir de sí mismo, éxtasis) viene la recepción y plenitud del enriquecimiento de la comunión espiritual: entenderse, quererse, gozar de la alegría de ser querido y de querer, sin mentiras ni utilitarismos, ser querido por uno mismo, no por lo que se tiene,  sino por lo que se es. Y se dilata el yo personal para dar más, porque tiene mucho más riqueza y el crecimiento recíproco es exponencial

La reducción del amor a sólo eros,  es decir, a deseo apremiante; primero reduce el mismo eros que también es admiración. El verdadero comienzo del amor personal comienza en la admiración, no el deseo de posesión. El sólo deseo mira la propia necesidad, real o artificial, y en ese deseo, que necesita ser satisfecho pronto, ya no percibe las fases siguientes. Así engendra un empobrecimiento, un vacío por insuficiencia. El amor se ha quedado en egoísmo, y no es ni plenitud humana, ni madurez. La persona humana tiene que madurar, y madurar es aprender a amar, a dar, a darse y a dar ser.

El ágape es más rico, pues es dar o, incluso, darse, pero desconoce que el amado también necesita ser amante, que también puede,  y necesita, dar y darse

En las relaciones humanas se advierte esa tendencia, casi necesidad de unión y comunión. Se ve en la familia, en la unión sexual no egoísta, en la amistad, en el fin de los pueblos, que es la amistad entre los hombres. Los logros económicos son loables, pero insuficientes. El fin de un pueblo no es el producto nacional bruto, sino que los miembros de ese pueblo sean amigos o, más aún, hermanos, es decir, que se amen.

Según Fromm la persona  es amorosa en diverso modo en sus etapas de crecimiento en el tiempo, no sólo en general como acabamos de ver. Los primeros años de la vida se manifiestan primero en una indigencia total, que poco se hace autónoma, pero muy poco. Se necesita alimento, cobijo, y afecto, manifestado en caricias, palabras, ternura. El niño ama dejándose amar. El suyo es un amor egocéntrico, no egoísta. Su mundo está centrado en su cuerpo primero, y después mucho en su yo. En Fromm podemos visualizar una visión similar en tanto sostiene que cuando el hombre es expulsado de su “patria original” se siente débil, desprotegido, como una característica humana claramente visible en la niñez

En las etapas de adolescencia y primera juventud, no fácilmente distinguibles, el cambio es sustancial. En la antigüedad las madres serían hoy simplemente adolescentes irresponsables, y muchos que se llaman jóvenes inmaduros podrían ser abuelos, haber guerreado, creado cosas y llevar muchas lunas de trabajo y aventuras, no sólo la dispersión de la diversión obligatoria del fin de semana agotador del individualismo infantilizante. En esta etapa juvenil  se aprecia el descubrimiento de los otros, del tú, de los amigos. Se agrupan para sentirse seguros, visten casi igual, tienen los mismos gustos, las mismas histerias. Necesitan ser aprobados por el grupo. Aunque la madurez es un término demasiado elástico, se puede decir que llega un momento en que el amor pasa a estar más pendiente del tú que del yo. Se quiere el bien del otro.

Toma la expresión del Éxodo 3, 8: La tierra prometida que mana leche y miel, dice Fromm que para ser feliz no basta con la leche, es decir, todo aquello que se necesita para cubrir las necesidades más perentorias de la existencia, sino que es necesaria también la miel, símbolo de la dulzura y felicidad de la vida. Así habla del carácter engañoso de la unión exclusivamente sexual; pues aunque se tenga la ilusión de que los dos son uno, si no hay amor -unión espiritual-, la unión física de dos extraños los hace todavía más extraños. Aunque en su sistema Fromm deja abierto espacio a las religiones, sin embargo, su concepto de la religión es falso, ya que la concibe meramente como un sistema humano de pensamiento y acción que es compartido por un determinado grupo social, es decir, como un simple fenómeno cultural.

Frente al revisionismo de Fromm, se alza el de M. Marcuse, que alcanzó notoriedad hacia el final de la pasada década de los sesenta. En su obra Eros y civilización, propugna una total liberación sexual y niega cualquier principio trascendente que pueda fundamentar las manifestaciones espirituales de la vida humana -el amor entre ellas y el fin que le es propio.

Todo en Marcuse se reduce a la satisfacción de necesidades animales. Para Marcuse, "las nociones freudianas de felicidad y libertad son eminentemente críticas, en cuanto que son materialistas y protestan contra la espiritualización del deseo"; por eso no es concebible que pueda haber un amor espiritual: la única forma de amor es la sexual, y solamente con la completa libertad sexual podrá el hombre ser feliz. Así queda reducido el hombre a su pura animalidad. De todas maneras, ante la perspectiva que ofrece esta plena libertad, que sugiere una sociedad de maníacos sexuales, Marcuse se apresura a decir que esta libertad conseguiría transformar la misma libido.

"El proceso hasta ahora esbozado no implica una liberación, sino una sexualidad de la libido: de la sexualidad genital a una erotización de la entera personalidad; se trata de una expansión, que de una explosión de la libido lo que significa una ampliación cuantitativa y cualitativa de la sexualidad."

La civilización con que Marcuse sueña es una civilización absolutamente erotizada en que no tiene cabida ningún atisbo de amor espiritual.

El intento de Marcuse carece de interés científico, pero muestra muy bien las consecuencias lógicas del materialismo marxista y freudiano cuando concibe al hombre como un simple momento del materialismo dialéctico para satisfacer las necesidades materiales. En consecuencia, Marcuse, siguiendo a Freud, se propone conseguir que el hombre despliegue su animalidad sin ningún freno, como expresión de la liberación humana y como meta suprema de la vida

Marcuse concibe la transformación de la sexualidad en eros, partiendo del hecho que, liberados de la tiranía de la razón represiva, los instintos tienden hacia relaciones existenciales libres y duraderas, pero con la particularidad de que el conflicto mental entre el ego y el superego, entre el ego y el id, es también un conflicto entre el individuo y su sociedad.

 Marcuse, se muestra de acuerdo con Freud, en que el amor es muestra de cultura, puede y debe ser practicado con una "sexualidad inhibida", con todos los tabúes y las restricciones colocadas sobre ella por una sociedad patriarcal monogámica, e incluso llega a afirmar que el amor es destructivo y de ninguna manera conduce a la productividad y al trabajo constructivo

 

 

 

 

Ana Singlán