Sartre: El amor desde la visión existencialista de Jean-Paul Sartre

 

El Amor desde la visión existencialista de Jean Paul Sartre

 

El existencialismo de Sartre es “esencialmente” ateo: Dios no existe, por tanto, no hay una “naturaleza” estrictamente humana que sería común a los hombres. Es primaria a la esencia humana, la existencia concreta de los hombres. Y como Dios no existe, no existe normativa ni ley que obligue al hombre a comportarse condicionalmente de determinada manera. El hombre está “condenado a ser libre”[1]

Dios es meramente una proyección que creamos para representar lo que deseamos poder pero nunca puede Ser; esto es, un ser auto-originado, un ser auto-contenido que no necesita de nada mas para Ser, puesto que es, al mismo tiempo, conciente de sí mismo y de su propia auto-suficiencia.
Nuestro sueño de poseer un ser auto-suficiente se destruye por la contingencia y los acontecimientos de nuestras vidas. Nosotros no tenemos experiencia de un ser necesario, y no se revela ante nosotros bajo ninguna luz natural.

 Al no existir Dios, la angustia y la desesperación son lo propio del hombre. El hombre no puede refugiarse ni remitirse a ningún Dios. Existe individualmente solo en el mundo, aunque rodeado de otros hombres y de cosas. No existen reglas morales definitorias a las que deba adscribirse, sino que cada uno debe asumir en su vida lo que quiere hacer de ella. Nada ni nadie garantiza que el hombre pueda ser feliz. Un permanente estado de angustia y desesperación son, entonces, inherentes a la vida humana. El hombre es lo que hace. No existen mandatos que una naturaleza humana le “diga” al hombre qué debe hacer. En el existencialismo no hay lugar para el descanso ni el alivio existencial. El destino está en el arbitrio de cada cual; pero no hay nada ni nadie que garantice que, si obra “moralmente”, será feliz. Ni tampoco hay lugar para un conformismo resignado: el hombre tiene el imperativo de hacerse a sí mismo, sin quedarse paralizado en su desesperación. Lo que nosotros somos es lo que hemos elegido ser, pues somos lo que elegimos hacer. Pero cada uno de nuestros actos afectan a todos los hombres. Para Sartre el hombre emerge no desde la soledad de la conciencia, sino del relacionarse existencialmente con los demás. Es común a los todos hombres la “condición humana”, que se caracteriza por tener que construir cada uno su propio e intransferible destino, asumir la condición finita y mortal del hombre, vivir en co-relación con los otros hombres, aceptar la condición de “estar arrojado” en la existencia.

Conciencia
 
               El amor sexual y el deseo son las formas básicas de cómo tratamos, pero fallamos, de recobrar este Ser, el cual es la ausencia de sí.

A puerta cerrada es una obra de teatro existencialista creada por Sartre en 1944 originalmente publicada en francés bajo el título Huis Clos, es la fuente de la, quizás, más famosa frase de Sartre, "El infierno son los otros" (en francés, "L'enfer, c'est les autres"). Se parte de la idea de que la mirada del otro es aquello que desnuda, muestra al otro la realidad del ser. Y a partir de ésta, el individuo es juzgado, condenado. Los protagonistas de A puerta cerrada son sus propios verdugos. Tienen la mirada fija y constante en sus compañeros; solidifican, eternizan la existencia. En el infierno no existe el tiempo, es el eterno presente, sin cambios, angustiante y sofocante. No poder pestañar, no poder dormir; es la vida sin corte, es el ser siempre y constantemente juzgado por la mirada del otro. La solución sería encerrarse en sí mismo, huyendo de la mirada del otro. Pero no los salva. Están condenados a escuchar los pensamientos del otro, cuya presencia se hace patente e insoportable

Si bien la mirada del otro impide ser, es la única que permite manifestarse de algún modo en el mundo. Siendo así, la opinión del otro es importante. Cuando el otro me mira, me vuelvo objeto de su mirada, ocupo un lugar especial, soy en medio de otros objetos, alcanzo la plenitud del ser-en-si. El otro se vuelve sujeto para el cual yo soy objeto. El otro me reconoce de una forma en la cual jamás podré reconocerme yo mismo: como un objeto que está frente a él.

Es una crítica a la sociedad actual, que vive preocupada por el "qué dirán", por el prejuicio. Hay miedo a mostrarse; la salida: un mundo de apariencias[2]. Ocultando el ser, se expresa el aparecer, pero vacío de sentido.

Aquél que es mirado como objeto es, a su vez, un sujeto. Quien mira degrada al otro a mero objeto, lo ve como algo más entre todo lo que constituye su mundo, le asigna un lugar en su proyecto. Al hacerlo, le otorga su "ser objeto", algo que aquél no lograría sin su mediación. El sujeto, al sentirse observado, se siente mero objeto, se siente dependiente y fijo y ello le provoca vergüenza. No sólo es un ser "para sí", es también un ser "para otro" que lo convierte en un ser "en sí"[3].

Nuestra conciencia es consciente de un objeto fuera de sí misma, y es allí donde cada uno de nosotros es una forma única de no ser una cosa con un conjunto de propiedades. La "facticidad" es la conexión que la conciencia tiene de un mundo fuera de sí misma. Para Sartre el otro está “ahi”, en la facticidad del mundo. Soy constituido por él, sin embargo mi existencia no implica de por sí, la existencia de la suya. Yo adquiero conciencia de mí a partir del otro, y por tanto, dicha conciencia es una consecuencia de su existencia y no al revés. El prójomo es aquél que se trasciende a sí mismo, igual que lo hago yo, pero que no es yo. Me encuentro pues,en el mundo con un ser como yo que no soy yo pero que a la vez me constituye en lo más íntimo de mi ser.
 
 
Amor, mirada, sujetos 
Sartre reconoce que nuestra vida consciente depende de nuestros cuerpos.
Nosotros "los" vivimos. Una de las maneras de "vivir" nuestros cuerpos
es adoptando un modo sexual de ser-en-el-mundo. Sartre argumenta que nuestras vidas sexuales no son sólo el resultado de la biología, sino de elecciones y conductas que
adoptamos en un mundo que contiene diversas formas sociales de conductas
sexuales.
El cuerpo nos hace vulnerables para la mirada del otro. Nos sitúa como
un objeto entre otros en un mosaico empírico de espacio y tiempo. La mirada de los otros nos convierte en objetos; igual lo hace nuestra mirada con quienes nos rodean. Siempre hay una medida de confianza envuelta tanto en el amor como en la amistad debido a que podemos ser sombras mutuamente.
Esta confianza es imposible de justificarse si uno se detiene en la visión sartreana de las relaciones interpersonales en El ser y la nada. Sartre argumenta que el amor sexual y el deseo son estrategias perpetuas para satisfacer nuestro deseo ferviente de mantener la
trascendencia sin ansiedad. Cada una es un intento fallido de la conciencia de adquirir un ser mediante la captura o manipulación de su conciencia de sí. Nuestra naturaleza sexual, argumenta, no se satisface por orgasmos o realizaciones físicas en soledad, aspira a algo infinito que llene el vacío que nos define. Desde que somos definidos
como carencias, aún lo que utilicemos para remediar ese vacío, es por sí
misma una carencia. 
Sin un ser sustancial en el cual volver a caer, el cuerpo se convierte en el vehículo de nuestro ser-en-el-mundo. Nuestro cuerpo nos arroja a un mundo contingente. 
 
El amor, para Sartre, es el intento de capturar la libertad del ser querido transformándolo en un objeto irresistible, fascinante y hasta mágico. Es importante realizar esto porque los ojos de los otros son espejos en donde nos vemos proyectados. Ser mirado con amor es tener firmeza del ser propio de un modo tal que uno nunca podría afirmarlo por
sí mismo, desde el momento en que el ser que está siendo afirmado puede ser removido o puede estar en los brazos de otra persona. 

En su relación con el otro, el hombre busca siempre imponer su voluntad, su proyecto. De ahí que las relaciones siempre son conflictivas, tanto las de amor como las de odio. Amar es intentar dominar la voluntad del otro. Odiar es reconocer la libertad del otro como opuesta a la propia y tratar de anularla. El amor conduce al fracaso, porque sólo se logra la posesión del otro siendo uno a su vez poseído por él. Y el odio también conduce al fracaso, porque su expresión extrema, el homicidio, degrada al homicida a asesino. No podemos vivir sin relaciones humanas y no podemos evitar que éstas sean conflictivas y ambivalentes. Desde esta visión no debe ser sorprendente para el lector que Sartre termine una de sus obras literarias afirmando que “El infierno son los otros”[4]             

 
                                                                                         Ana Singlàn
                    
 


[1]              Delfgaauw.B; Qué es el Existencialismo; Ed. Carlos Lohlé ;Cap. IV; Pág. 108

[2]              Véase La Ontología de Jean-Paul Sartre; de Yamandú Canosa Capdeville; FHCE; Montevideo; 1953

[3]              Mounier Emmanuel; Introducción a los Existencialismos; Ed. Guadarrama; 1958; cap. V El tema del otro; pág 133

[4]              Véase : Sartre Jean-Paul; El ser y la nada; Ed. Losada; Bs. As; cap I La existencia del prójimo; I. el problema.